Tienes el punzón o la salvedad de unos labios que no me dejan.
Eres con el dominio y yo, con la piel.
Desato la estupidez de la hierba que se deja crecer salvajemente.
No me cortas, solo sigues con la intuición de la enredadera,
trepar los brazos, entrelazar las piernas,
endurecer las ramas hasta estrujarnos,
que no exista el aire contenido
más que la fluidez de dejarnos caer
hasta abrirme a tu bosque
tan lleno de humedal!
Sigue la ferocidad cuando mis dedos crecen
empuñados por tu espalda,
ya no sé lo que puedo encontrar
o si debo perderme livianamente.
Es tarde porque la lluvia no para
y en el camino, los surcos se agrietan
entre labios.
Me embarrialo.
El barro tiene esa osadía extraña de pegarse al cuerpo
para inmovilizar,
para luego desatar furias y descontrol.
Siguen creciendo las ramas
y un pájaro reposa
en mi canto.