La mesa tiene una alcurnia de apellido. Las tazas de té, un resplandor de academia gremial. Se sientan las poetas. Te miran sentada en el sofá, allí donde es tu lugar. No hay suficientes sillas para compartir su mesa. El té tiene un aroma distinto, siempre serás distinta. No es un asunto de mujeres feministas, sino de no saber mirar. No te miran, no existes. Mujer a mujer con su plato de galletitas. Tu galleta no es premiada por ningún concurso, seguirás invisible si no usas su receta.
-“Soy humilde con solo mirarte desde el sofá”.
El té se enfría. Siempre nace esa incomodidad de donde poner la taza si estás sentada en el sofá. Las miras desde allí, ellas tan desocupadas de poesía. Solo buscan seguir en la mesa, tomarse todo el té y toda la atención. Hay solo una manera de limpiarse con su servilleta. Año tras año, dan su lista de resguardo. El té debe protegerse. Tienen un nombre y un punto seguido. Las del sofá son su punto y aparte. De algo les sirve. Alguien debe mirarlas. Hay una coyuntura en ese señorío. A veces, es tolerable y en otras, te nace una rabia asesina, como decirles que la poesía tiene otra forma, que no siempre es una señora, respingada y de títulos universitarios. La poesía es la mejor deformación de la existencia. Es sentarse en el suelo. Respirar por todas partes y ser en todos, sin aspiración. Es necesario a veces, rodearte de basura porque la vida tiene muchas veces olor a basura. Te levantas, no soportas ya la hediondez de mantequilla, las galletas crujen en sus bocas. Las señoras poetas del té.
Prefiero el té al aire libre. Me levanto del sofá, es hora de seguir caminando!