Las habas del sur

Dedicado a los pueblos indígenas del Ecuador y sus palpitaciones errantes ante los dominios de clase y la aculturación que se enraíza en sus rostros andinos, en sus carencias y en la resistencia de sus tradiciones.

(fotos propiedad de Luissiana Naranjo)

 

Miro la insolencia con la que el sol apuesta mi muerte,

la niñez no tiene caballitos de palo

y hay betún entre los dedos,

 

la vejez llegará a su paso,

llegará con la doblez de resistir

puedo sonreír a veces,

por la gratitud del amarillo y su textura,

porque aún acuno leche de mi pecho,

con la suerte de verlo crecer.

No hay soledad en la espera,

el choclo y los mellocos se sostienen entre mis pies, 

aprenderé de los otros que se siembran,

de los otros que se multiplican,

y sabré mirar lo que me detiene,

el sombrero sigue puesto y apunto al horizonte .

 

O viene la infancia que desde ya se resume

o moriremos juntos!!

Allí está todo lo que sueño inventar,

caballos galopando en una falda dentro de mí

y jugar con la luz en la esquina del parque.

Que suene el acordeón en las plazas de la memoria,

en los mercados donde se muele las habas verdes,

en las calles donde se cruzan  santerías extranjeras.

No repudio eso de mirar atrás,

con un vástago de fréjol tierno.

No tengo cambio para las promesas

ni para las inoportunas esperas de este largo azul,

larguísimo azul!

Mi piel será la de siempre,

maní tostado con el ají de la tierra,

y cabellera trenzada en la guarida de mi espalda.

Me seguirás mirando

con la extrañeza del siglo que no encuentras

o me darás una limosna para limpiar tus pies.

Me daré la vuelta para seguir cargando mis cruces,

seguiré prendiendo velas con la fe sometida,

con los dioses que no son míos,

para silenciar la espera,

para no borrarme en la próxima lluvia.