Poema/ Anécdota del minuto
Es la anécdota del minuto.
Mi pereza y la computadora.
La lluvia se entremezcla con los olores de mi té de canela.
Hay suavidad en el dorso de mi espalda.
Es por la almohada color sol que me trajo mi madre de Budapest.
Afuera, los damnificados escurren sus cojines color barro y la tormenta se disipa en sus jarras de ajenjo.
Desaparecen cuerpos por el momento inoportuno donde la muerte nada tiene que hacer.
Y hoy por casualidad tampoco tengo nada que hacer. No es como ese día de todos los días donde muerdo la rabia de respirar.
Suena un trueno de repente, y sigo alarmando mi desazón de estar reposando sobre la almohada color sol que me trajo mi madre de Budapest.
Es el cuento de los desposeídos. Se abren los refugios y una de mis congojas es que debo recalentar mi té de canela.
Desenchufo la idea de que si hubiese nacido de otros padres, quizás estuviese viviendo a la par de un río y mirando a lo lejos la huída de todos mis ensueños.
Al fin deja de llover y mi taza de té ya está vacía.
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