domingo, marzo 15, 2009

DISOLUCIÓN DE LA PRISA

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Confieso que me cuesta no hacer nada. Es un virus vertiginoso. Acelerar el ritmo cardiaco como un rock de último momento o como el punto de ebullición al dente de la pasta porque un minuto o cinco hace la diferencia. Es un estado perenne de euforia al segundero. Un detonante voluntario a la escopeta de la rutina y su agenda sofocada.

Y no es que sea un modelo humano saber disolver la prisa en un reloj de arena pero estoy consciente que a veces nos domina, me domina. Digo, no es bueno confiar en el próximo momento cuando lo que se hace es urgente. Por qué posponer la acción cuando se puede maniobrar el ahora.

Reaccionar no es para muchos. Hay genéticas apacibles y llenas de mansedumbre que uno deseara soplar, empujar, aguijonear, uyyy me digo, cuando una dependiente atiende al paso de un entierro de pueblo. Debo coser mis impulsos y sostenerme con actitud. Me esfuerzo y retuerzo para ser un comodín ligero de la ociosidad y no dejar la prenda o producto que voy a comprar. Y aunque suene ilógico y repitente, a veces se siente que si damos tiempo al tiempo es pérdida de tiempo.

Es difícil no hacer nada. Creo que el vagabundo tiene su coraje y valentía. El no esfuerzo en sí es un esfuerzo.

Conocemos casi todas las teorías médicas y psiquiatritas que dicen lo sano de saber detenerse, de inmovilizarnos ante tanto ajetreo cotidiano. Pero es difícil distinguir entre lo que urge y no urge. He allí la diferencia.

Casi todo lo vemos como urgente. Y a veces se transforma en urgencias egoístas. A quién no le sucede que haciendo fila en un supermercado nos roban el campo o lo piden con exigencia porque creen que solo ellos cocinan o trabajan.

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¿Ni qué… cuando manejamos y sale un “atravesado” con placa de gobierno, un taxi, o un rutero que nos hace muecas o nos da gritos de partido porque les urge saltarse el alto y se adelantan sin pedirlo o sin guiñarnos el ojo o la manita exorcista que es un breve “por favor” pues solo a ellos les urge llegar.

Pero hay una frase de un místico que no recuerdo pero dice “Muévete inmediatamente porque es urgente, pero sin apuro…”, la retomo porque de veras intento que sea parte de mi cotidianidad.

Trato de hacer lo que urge y en seguida pero sin apuro porque el apuro implica que estamos atrasados. El apuro es cuando se necesita tiempo y es lo que menos hay. Solo el instante por hacer existe y el apuro complica la travesía de realizarlo con plenitud y con la urgencia que exige. Conste que no lo veo como teoría sino como una –cuasi- opción para disolver la prisa.

No nacemos con convenios ni tratados especiales, ni autorizaciones naturales, no tenemos control ni poder. Pereceremos como cualquier atardecer de estación, no hay fecha limitada para ello ni control fiduciario. Lo único movible a mi sombra es mi instante. Es correr hacia mi misma. Es respirar con profundidad pero en movimiento. Es el contraste de resolver haciendo, de movernos con urgencia pero sin apuro, sin prisa…

Hacerlo y sonreír. Hacerlo con un por favor, con una solicitud de cortesía, con una seguridad de colocar la urgencia en su lugar, sin recocinarse, sin sufrir quemaduras por el intento. Es llegar al dente de la solución sin disolución.

Me encanta cocinar pastas, no soy experta en ello, pero tiene su ciencia, su agujilla de ebullición, su no excesivo cocimiento. Luego, viene la ventaja de saborearla, de comerla en su punto y sin atenuante prisa.

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