No solo es… celebración de la mujer

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A mi madre

y a ellos… a quiénes amamos y se atreven a amar sin debilidad

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No me siento género.

Soy humanidad.

Un ser vivo que se expande mientras sueña y actúa bajo sus vaivenes y revoluciones. Escarbo debajo de los huesos y no encuentro diferencia.

Hay botánica en mi ceniza.

Contraparte de que -cada uno- respira y exhala en su presente.

Es la fábula de la dominación.

Mujeres que se desligan de su ser íntimo para buscar lo que no son o mujeres que no descubren su convicción para dejar de ser.

 

No soy sobro del universo.

Nada de mi sobra para nadie.

Me quiero entera y así me deben querer.

Comparto la dualidad del amor.

Hombre y mujer –somos- revoloteos de la coexistencia, del regocijo, del placer…

 

Hay supremacía en mi útero y en el valor de parir.

También doy a luz… hijos de la savia que domino con la imaginación y las ideas.

Existo para abrirme perpetuamente ante el universo no solo para que excaven el himen de la orilla que todos desean por primera vez.

Tengo derecho a saborear mi sexo con el ímpetu subterráneo de la fogosidad.

Nada es impuro para la luna y el deseo recíproco de luz.

Lo indisoluble habita en reconocer lo que somos, y en lo que no soy…

 

Soy bella ante la misma imperfección.

Es mi deber sentirme Hada del ansia y de los espejos.

No importa los contornos alucinantes de la moda.

Soy natural en mi piel y en mis caricias.

No consiento en que alguien diga lo contrario ni en las propias dudas de cómo me veo.

 

No es cortesía que te amen como propiedad.

Soy tan libre como quiero serlo o tan esclava hasta donde me deje encadenar.

 

Parecerá extraño para algunas feministas

-que revierten sus perspectivas en odio-

pero todo esto de ser mujer,

me lo enseñó…

el amor de un hombre.

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